¡Aquí bienvenimos!

Aquí bienvenimos a todos quienes deseen participar, intercambiar y avanzar en los conocimientos de lo que nos pueda ayudar a comprender el mundo en el que vivimos, la vida cotidiana, lo enigmático y lo simple, lo público, lo que nos aqueja y lo que nos sorprende y divierte o asombra.
Siempre hay un lugar para maravillarnos...

Lic. Prof. Gabriela Ricciardelli - Directora

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Los límites a construir

Todos los miembros de la comunidad educativa miramos azorados crecer comportamientos novedosos, extraños, cargados de sentimientos difíciles de definir.
Cuando fui padre, decía mi abuelo, las cosas eran más claras, los padres éramos padres con comportamiento de padres limitantes de los ‘excesos’ y travesuras de los niños, los niños eran niños, que por supuesto no participaban de las conversaciones de los adultos, y los abuelos como buenos abuelos malcriaban lo que a nosotros nos costaba educar.
Educar significaba educar, impartir los conocimientos básicos referidos a los hábitos de orden e higiene en los primeros años con amor, querer a los animalitos, a vincularnos con los vecinitos, cumplir con los saludos, con el cuidado de las flores y plantas.
¿Recuerdan cuántas flores de tantos jardines que había en Buenos Aires?
Bueno, nunca fuimos una Viena. No, no, claro, no tenemos tanto arraigo.
Recuerdo que salir a pasear era salir a pasear, a pasear, a la calesita, sin las presiones del consumismo inminentista que nos enloquece a todos y que ni siquiera nos permite disfrutar de lo que acabamos de comer, un helado, qué ricos que eran los helados. ¿Será porque los recuerdos agigantan los sentimientos, los sabores, los olores, los sinsabores?
Adónde van los niños sin niñez. A qué prematura adolescencia y a qué juventud y a qué adultez.
Y pasaron las grullas.
No me quejo del aire que respiro, ni del sabor del agua lavandinada, no me quejo del ruido que no escucho porque me ha consumido los oídos, no me quejo del otro aquél vecino que ni mira el retoño en su mirada, no me quejo.
A veces no me quejo, me avergüenzo, me avergüenzo de mí, de mí desidia, del abandono en que dejé mis responsabilidades de constructor cotidiano de la legalidad social, de lo que vale, de lo que no deberíamos haber perdido en las esquinas juveniles del ni sabe ni le importa mediante abrazos previos.
Hoy, no te quejes de aquél, no te escondas de ése, no señales con dos índices a los equivocados, no te escandalices ante las huellas claras del escándalo, no te ocultes en la ribera cínica del ofendido por colores o trapos.
Tomá coraje y decidí mirarte a los ojos y verás la inmensidad de todo lo que has abandonado.
Corrijamos un grave error que se nos ha deslizado como todo desliz.
La comunidad educativa somos todos.
Tal vez logremos reorientar algunas partes reivindicables de nuestro pasado de sociabilidad para convertirlo en la amplia curva fraterna del porvenir.
A tiempo, estamos. A tiempo estamos.
¿No?

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